Barreras invisibles

La silla de cada día, el chocolate espumoso de cada tarde, mi mejor atuendo, mi mejor maquillaje, un buen libro y una bonita melodía de jazz de fondo. En eso me convertí, en una pequeña melodía esperando a ser descubierta. En un espumoso chocolate esperando a ser desgastado en una fría tarde de invierno. Yo, tú, nosotros. Esperando, suspirando. Tal vez fue tarde, tal vez son demasiados los kilómetros, y tal vez y solo tal vez sea cierto todo aquello que dicen de que la distancia rompe corazones, al menos, romperá el mío.

Te recuerdo cogiendo ese avión, recuerdo el abrazo del que juré no despegarme ni en mil años. Tu sonrisa gritaba tranquilidad, tus ojos gritaban miedo. ¿Miedo a la distancia? ¿Miedo al olvido? Tal vez solo miedo.

Una gota en el océano vista desde el más lejano satélite, un mar de lágrimas visto desde mi perspectiva. Y sin miedo a decir tal vez afirmo que es vergonzoso que un amor tenga que ser separado por culpa de una puta barrera invisible que no deja de entrometerse. Pero entonces, pensemos, ¿Es amor? El amor es invencible, indestructible.

El amor incluye, no excluye.
Multiplica y suma, no divide.
Acerca, no aleja.
Abraza, no patea.
Comprende, no juzga.

En la tercera línea nos perdimos nosotros, alejados por una gota en el océano, cerca por lo que nunca tendremos.